Por Marcos Lozano Secretario del Club Sportivo Trabajo
Cuento homenaje a Maradona. Sí, me quedé sin aire. Me desinflé. Y sé que esta vez será para siempre. La primera vez que empecé a perder aire fue cuando le cortaron las piernas. Ese día empezó todo. Volví, me inflaron y seguí. Pero ya no era lo mismo. Algo se había roto. Fue la primera vez en mi vida que sentí una pérdida. Había mucho dolor. Ese caluroso veinticinco de noviembre entendí que la vida no nos volvería a juntar. Mi vida a su lado comenzó en la paternal. En ese lugar me trató como nadie. Me acarició y me trató como si fuera su hija. Era su Dalma o su Yanina. No estoy de acuerdo con muchos que dicen que ahí se vio al mejor. No señores!! Yo sé por qué se los digo. Mi próximo destino fue Boca, el barrio pueblo. Ahí también me quiso como un abuelo a su nieto, con un amor difícil de explicar. Y, acostumbrada al maltrato de muchos, que creían que podían mandarme a cualquier parte, recibí el mayor afecto de mi vida. De ahí, de la Bombonera, me mandaron para España. En el viejo continente nos distanciamos por un tiempo por culpa de un tal Goicoetxchea, que lo trató totalmente distinto a lo que él lo hacía conmigo. Igual sus besos y caricias tampoco faltaron.
Acá sí vino el amor infinito. En este lugar mi compañero se comprometió conmigo. En esa época, en el sur italiano, fuimos hermanos. Me cuidó, amó, respetó y cualquier otro adjetivo que realce el amor que me brindó este gran amigo.
Claro, faltaba la frutilla del postre. El momento culmine para ambos. Fue en tierra Azteca donde este marciano me hizo sentir como su alma gemela. Les juro que aquel 22 de junio del 86 lloré por primera vez. Cuando me mandó a la red con su zurda después de hacer 60 metros en 10 segundos a mi lado, me emocioné por primera vez.
Lloré como un chico al que le niegan un juguete y fue en el momento en que los turros ingleses sacaron del medio. Nadie se dio cuenta. Sequé mis lágrimas con el verde césped y continué mi camino. Luego siguieron los partidos y la despedida. Pero siempre sintiéndome segura a sus pies. Sabía que a su lado nada malo me podía pasar. Pero llegó ese maldito 25 de noviembre. Recuerdo el momento exacto en que escuché la noticia. Me sacaron de la estantería y quisieron inflarme. Pero ya no quería. Quiero quedarme así, sin aire. No quiero que me toquen más. No quiero que metan más un pico en mi cuerpo. Quiero morir así, desinflada.
Me quedarán los mejores recuerdos de mi amigo y hermano.
Gracias Diego. Gracias por protegerme, mimarme y tratarme como nadie lo hizo en mi vida. Gracias por acariciarme cuando otros no lo hacían. Fuimos los mejores amigos y lo seguiremos siendo hasta la eternidad. Con el mayor amor del mundo… La pelota.
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