Los primeros hombres blancos que pasaron por El Volcán fueron 30 arcabuceros comandados por Juan de Garay, en 1581. En Balcarce, hubo construcciones en el cerro Amarante. Los nativos los levantaban con distintos motivos: hábitat como defensa ante el blanco; para encerrar ganado, engordarlo y venderlo; y como “recintos mágicos religiosos”.
Volcán es el sitio de nuestro partido más mencionado por historiadores y autores al describir a esta tierra cuando faltaban tres siglos para ser llamada Balcarce. Ese nombre aparece en repetidas veces, la primera quizás con la expedición que al sur de Buenos Aires encabezó Juan de Garay, su fundador original. Pablo Cabrera y otros han explicado que el nombre tiene origen indígena –Vuulcan- y que significa boquete entre sierras, o sea lo que conocemos como Puerta del Abra. Décadas atrás fue Enrique V. Coppari un estimado colaborador en el diario El Liberal. En una de sus columnas mencionó a Pablo Groussac, director de la Biblioteca Nacional, señalando que no tuvo dudas en que aquella marcha de Garay con 30 arcabuceros en 1581 alcanzó a Cabo Corrientes. El conquistador habló de haber visto una “muy galana costa”, observación que fue recogida algo más de 400 años después para bautizar a un muy conocido y elegante hotel de la vecina gran ciudad, frente al mar. En ese relato el historiador dijo que los españoles también pasaron por “la región del Volcán”. De acuerdo a otros datos, recién 125 años más adelante se volvieron a ver hombres blancos por acá. Cabrera los ubicó participando en una “vaquería”: caza de ganado cimarrón en las llanuras pampeanas, en las que se cargaban carretas con cueros, sebos, grasas, plumas y otros productos.
Pablo Zubiaurre -coordinador de “Historia de Balcarce”- comentó que fue en los años del 1600 en los que el Cabildo de Buenos Aires comenzó a conceder permisos para “vaquear”, que aumentaban cuando algún barco
extranjero recalaba en el Puerto. Este recurso fue con el tiempo más y más importante. “A mediados del siglo 18 el ganado cimarrón quedó prácticamente extinguido y se consolidó la Estancia con vacunos sujetos
a rodeo”, apuntó Zubiaurre.
Otra mención del Volcán apareció por una expedición militar del maestre de campo Juan San Martín en 1739 “en represalia a los malones de los indios serranos que habían llegado a zonas fronterizas”. La respuesta de los indígenas fue superior y habrían avanzado hasta la actual zona de La Matanza. Al año siguiente las dos partes acordaron la paz.
Al Volcán llegaron entonces los jesuitas que Coppari mencionó como “primeras poblaciones blancas en esta zona, catequizando a serranos y tehuelches”. Hicieron mucho más, agregó el autor: introdujeron el trigo y maíz, organizaron la primera estancia, fueron exploradores y cartógrafos.
El padre Tomás Falkner recorrió en 1774 Cabo Corrientes y el Volcán, además de estar en la Reducción Nuestra Señora del Pilar, en la actual Laguna de los Padres. Los jesuitas la abandonaron el 1 de setiembre de 1751, quedando nuevamente la tierra en poder de los nativos. Otros malones han sido tema en las investigaciones y notas publicadas en diversos textos. Se ha hecho referencia a que en 1770 tehuelches desplazaron a serranos, a lo que siguió la decisión del gobernador Juan José Vértiz de enviar más de 1.100 hombres hasta Sierra de la Ventana y Río Colorado y que volvieron pasando por el Volcán.
Veinte años más adelante se acordó un nuevo tratado de paz, pero en los años de 1800 nuevas embestidas de los aborígenes provocaron reacciones de los blancos en el ´29, ´31 y ´33. Hay una carta del general Prudencio Rosas –hermano del gobernador Juan Manuel- en la que habla de “invasiones al Volcán y Arroyo Grande”. En 1838 pasaron por Quequén Grande y El Moro. El historiador Suárez García escribió en su “Historia de Lobería” que los blancos se escondieron en las sierras y buscaban montes de curro, además de huir con enseres y animales a La Chata por su cumbre aplanada. Ocho años antes de la creación de nuestro partido (1865) hubo malones en lo que hoy es Tres Arroyos, Tandil, Benito Juárez, Necochea, Lobería y Balcarce. Carlos Alberto Segura dedicó a esos ataques inesperados de tribus párrafos en su libro “Balcarce, una mirada sobre mi pueblo”. Escribió nuestro convecino que esas incursiones “no respondían a un salvajismo como se ha tratado de convencer a las distintas generaciones, sino que
respondían al reclamo que los pueblos originarios siguen haciendo, desde
otro punto de vista, para la recuperación de las tierras que les pertenecieron antes de la llegada de los conquistadores y que luego los gobiernos argentinos siguieron expulsándolos para retener la riqueza de estos suelos”.
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