Seis décadas estuvieron abiertas en el centro de la ciudad las puertas de Casa Pandolfi. Primero en avenida Kelly cerca de calle 21 y luego –durante 56 años- en calle 18, entre 17 y 19. Alcanzó esa extendida vigencia por la calidad de lo que vendía, la fidelidad de su clientela y lo que en aquella época se llamaba conducta. Hoy también eso es sinónimo de comportamiento, pero no siempre se la encuentra. “Vista bien y gaste menos” fue el lema publicitario del comercio que es más recordado por su local en calle 18. Antes de ocupar ese espacio Alfonso Pandolfi se dedicó a ofrecer sombreros en avenida Kelly. Allí desde hace muchos años balcarceños compran bicicletas a los Colabelli, padre e hijo. Cuenta Juan Carlos Pandolfi (Tito) aLa Vanguardia-en una nota ya publicada- que entre esas paredes su padre vendía, limpiaba y arreglaba las prendas que sirven para cubrir la cabeza. Cuando llegó a trabajar la primera mañana –que nunca olvidó, como a todos le ocurre- levantó la persiana y esperó. Al rato entró y compró un buen cliente y a quien siempre recordaría, porque Pascasio Azcárate fue al poco tiempo jefe dela Municipalidady siguió luciendo sus sombreros. Dice Tito que un eterno amigo de Alfonso y de apellido Arcapalo comenzó a cambiar aquella historia, cuando lo convenció que incorporara camisas en sus estantes y lo conectó con firmas de Buenos Aires. Otro de los clientes fue míster Block –así lo pronuncia Pandolfi hijo-, ciudadano inglés que vivía en la Capital Federaly era dueño de un gran espacio en las calles 17 y 18, desde el actual Renacimiento Muebles, pasando por El Café dela Esquinahasta un apreciable tramo de la segunda arteria. Un fin de mes se desocupó uno de esos amplios locales y míster –a quien le gustaba usar sombreros- lo interesó a su padre: “quiero que vayas vos”, le aseguró, demostrando más que nada confianza en quien era depositario de la oferta.
Fue en 1939. Alfonso hizo reformas en el lugar, cambió vidrieras e iluminación, lo dejó lo mejor posible para que la gente vistiera bien y gastara menos. Ya se había sumado en la atención su hermano Antonio y comenzaron a crecer los visitantes al nuevo negocio, la mercadería y las ventas. La gente veía allí sombreros -“que ya hacía a medida”, explica Tito-, camisas, pantalones, trajes, ambos, algo de ropa de trabajo, pijamas, pullóveres, medias (de hilo, algodón, stretch), camperas de cuerpo y gamuza, sacos y robe de chambre (bata de cuarto o alcoba). “Siempre buscaba ofrecer prendas finas” sigue contando y enumera más artículos que eran buen motivo para ir a “lo de Pandolfi”: billeteras, gorras, boinas, gemelos, pantuflas, valijas, bufandas. También hojas de afeitar Legión Extranjera y otros accesorios que el público pedía. En esta evocación surge que hubo dos artículos que nunca quiso exhibir en esos estantes de calle 18: vaqueros (hoy jeans) y zapatos. Pero “como pan caliente” se llevaban los uniformes para estudiantes, a la par que los hombres iban a sus casas con ropa casi comprada con carácter condicional para probar. No muchas mujeres fueron a buscar prendas para ellos.
Para Casa Pandolfi trabajaron durante años haciendo arreglos y acondicionando diferentes prendas una bordadora, dos sastres, otra persona para tareas delicadas y un cuarto que se ocupaba de los ribetes (cintas) de los sombreros. Si eran trajes o ambos, después se los llevaba a la tintorería de los japoneses en calle 17. Limpiados y planchados se los entregaba luego al cliente en la puerta de su domicilio. Tito, que trabajó con su padre casi una década, se detiene aquí en el relato conLa Vanguardia. Sepone de pie y explica cómo debía llevar esa ropa al vecino, y lo hace extendiendo su brazo derecho, tomando con la mano imaginariamente la percha ya cargada y avanzando con cuidado sin que la ropa llegara a rozar algo. Así quería don Alfonso que se atendiera a los compradores.
El comercio no tuvo cobradores, por ahí cuando alguien se atrasaba en algún pago se le recordaba la falta con la misma cordialidad que se ponía detrás del mostrador. La confianza fue mutua desde ambos lados y la clientela muy firme.
Agrega Juan Carlos en esta grata charla que la competencia comercial en distintos momentos de la vida del negocio fueron Casa Arregui y Casa Méndez. En 1970 Pandolfi logró comprar la propiedad a míster Block, operación que significó otro paso adelante. También lo fue cuando, trascendiendo los límites del partido, registró la marca Estudiante para todo tipo de ropa. La venta de sombreros llegó a ser “impresionante”, acota Tito, quien tiene entendido que su padre fue considerado por fabricantes como el segundo en la provincia en ese rubro, detrás de un comercio deLa Matanza.“Es que era un vendedor nato”, lo define y agrega la recomendación que solía hacerle: “Tito, cuando alguien entra a un negocio es porque viene con interés de comprar. Nadie se puede ir sin que le vendamos algo”.
Sombreros, trajes, ambos, camisas, prendas de punto, sobretodos, camperas, pijamas, valijas, accesorios, etc. Prendas de marcas que por su reconocida calidad alcanzaron prestigio, fueron las que la gente encontró siempre en Casa Pandolfi durante seis décadas. Esa fue la línea que siguió su fundador ofreciendo, como recuerda su hijo Juan Carlos (Tito), “ropa fina”. Surgen así en la memoria, por citar algunas, Ramsey, Previa, Osence, Pulman y también dos nombres símbolos de una época: Tahiti “la camisa del hombre feliz”, y Lavi Listo, otra camisa, “que se lava y nunca de plancha”.
También en el local de calle 18 había ropa de tejido de punto, lana, cardigans, sweaters que llegaban de Chacabuco Textil, empresa que sigue presente en el mercado. No se podían comprar allí zapatos, pero sí zapatillas Pirelli que pedía parte de la clientela. Otro artículo que atrajo a los vascos y descendientes fueron las boinas Euskadi.
Antes de atender el negocio más chico en avenida Kelly casi 21 donde vendía sombreros y de la larga trayectoria comercial en calle 18, Alfonso Pandolfi “se hizo en la calle”, como solía decir.
Comenta Tito aLa Vanguardiaque fue en la calle porque vendió diarios –cree queLa Prensa-voceando su aparición todos los días. Además de canillita también caminó veredas y empedrados en los días del Carnaval ofreciendo serpentinas y papel picado.
Llegó después lo que fue un ascenso laboral cuando pasó a estar por primera vez detrás de un mostrador. Fue en Casa Méndez, que en calles 13 y 14 estaba dedicada a la venta de ropa y que con los años sería competidora de Pandolfi. Allí Alfonso aprendió más sobre los gustos y las necesidades de la gente.
Y en ese comercio fue donde también conoció a quien sería un gran amigo –Arcapalo-, que lo apoyó en sus ganas de independizarse y lo ayudó para que en Buenos Aires aprendiera el negocio de la sombrerería. Con ese empujón fue entonces ala CapitalFederal, a cuyo Puerto había llegado con su madre procedente de Potenza, la ciudad más importante de la región Basilicata en la mitad sur de Italia, cuando tenía 4 años.
Un poco antes tres hermanos Pandolfi de la generación anterior habían recorrido el mismo trayecto partiendo desde la península: uno se quedó en la gran capital argentina, otro siguió hacia Tres Arroyos y el abuelo de Tito vino a nuestra ciudad. En avenida González Chaves –donde hoy está el gimnasio del profesor Julio Iacovelli- fue el primer dentista y, a su vez, también peluquero.
De él su hijo Alfonso herederó, entre otras cosas, esa forma de andar por la vida para la que bastaba con “dar la palabra”. Así iba a comprar mercadería a fabricantes o mayoristas dela Capital Federal, así hizo amigos aquí y allá, y fortaleció con los años esos vínculos.
Cuando paraba en la gran ciudad se hospedaba en el Constitución Palace, el reconocido hotel de la calle Lima. Algunas veces le tocó ir a Tito y cuando iba a pagar los días de estadía, escuchaba que el gerente le decía: “No, vaya, después arreglamos con don Alfonso, cuando él venga “.
Quienes fueron clientes de Casa Pandofi y son lectores deLa Vanguardiapueden recordar sus compras de muy buena ropa para distintos momentos y horas del día. Aunque no fueran allí a buscar sombreros, seguramente están de acuerdo en que ese artículo distinguió durante muchos años al comercio ubicado en calle 18.
Fue en tiempos en que la prenda con capa y ala para cubrirse la cabeza y protegerse del frío o el sol era muy usada por varones y mujeres. Para ellas, además, sigue siendo una muestra de elegancia.
Su utilización se remonta a la antigüedad y –como se sabe- los ha habido y los hay con todo tipo de diseños, formas, variedad de materiales. Cuando una mujer –y también un hombre- ingresa a un lugar con sombrero, mueve hacia su figura a más de una mirada. De eso, en lo de Pandolfi sabían bastante.
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