Se proyectaron 30 establecimientos que tenían que estar adecuados al sistema productivo holandés. En 1930 se terminó la primera granja. En diciembre del año siguiente llegaron de los Países Bajos las primeras cuatro familias, que serían las únicas. Cada predio tenía frutales de primera calidad, tambo, establos con tejas y piso de material para abrigo de los animales, donde se les daría la comida y se haría el ordeño. La crisis mundial del ´30 hizo fracasar el plan.

Uno de los aspectos sin dudas destacados que surge al hablar de aquella experiencia holandesa en nuestro Partido, hace ocho décadas, tiene que ver con sus propios inicios y las características con que fueron construidas esas granjas, de las cuales hoy una sola funciona, acompañado en la producción de quesos de la familia Lazzaro. Hay que ubicarse en el tiempo para seguir el relato de Cacho Lázzaro –entrevista publicada por  La Vanguardia- quien recogió mucha información de su padre y también en algún diálogo con Antonio Glessi, capataz general hace años del establecimiento. A esos datos les fue sumando otros, interesado siempre en conocer algo más de ese proyecto que no tuvo futuro. Allá por 1928 el Banco Rural Argentino ofrecía créditos a 24 años de plazo para la compra de tierras. La Sociedad de Inmigrantes y la Sociedad de Colonización de Holanda tomaron uno de esos préstamos, tras haber localizado tierra balcarceña para ese ambicioso destino. Junto a la ahora ruta provincial 55, rumbo a Necochea y cerca del cruce con el acceso a Los Pinos, se quería en un principio establecer 30 granjas. Cada lote con 30 hectáreas, es decir que se ocuparía en total una considerable superficie. Hay un detalle más que importante de la iniciativa: todo tenía que estar adecuado al sistema productivo holandés. “Como en la casa de ellos”, mencionan los entrevistados, al describir lo que se hizo con características modernas para la época y, sobre todo, para aquel tiempo en la Argentina.

En 1930 se terminó la primera granja adicional a las 30 proyectadas y con un área de 82 hectáreas –la más grande-- que, ubicada sobre el camino de acceso a Los Pinos, fue pensada para actuar como centro madre de todo el sistema. Era para concentrar la comercialización de la producción de las restantes. Al año siguiente se sumaron otras diez. Cada predio tenía 1.000 frutales de primera calidad en diez hectáreas. Cada chalet con techos de tejas, paredes de 45 centímetros, pisos de madera y calefacción a leña.

Y hay más. Todas con tambo, establos con tejas y piso de material para abrigo de los animales, donde se les daría la comida y se haría el ordeño. Los chiqueros  también con lo mejor. Además, herramientas de todo tipo para el campo de entonces y tanques que él calcula con una capacidad de 130.000 litros.

En diciembre del ´31 llegaron de los Países Bajos las primeras cuatro familias, que finalmente serían las únicas. Seguramente era tal el grado de eficiencia que se quería alcanzar, que los inmigrantes fueron recibidos por gente de la empresa y alojados, en un primer momento, en un hotel de la ciudad para que se fueran aclimantando. Después fueron al campo, pero no por el tiempo que se esperaba. La iniciativa coincidió con la crisis mundial del ´30, que en realidad comenzó un año antes. Por las consecuencias de esa situación internacional, por falta de integración social de las familias o por otros factores aún no determinados, el proyecto generoso terminó en un fracaso, a pesar de la gran inversión. Las granjas se pusieron entonces en venta o se ofrecieron para ser alquiladas. En 1940 Nicolás Lázzaro -padre de Marcelino- concretó esta última operación con la granja 3, donde tuvo animales y sembró papa. Otros establecimientos se fueron vendiendo hasta que hace 48 años Marcelino compró la propiedad, en 1965 comenzó a funcionar el tambo con vacas de pedigrí y en 1995 con sus hijos Daniel y Néstor puso en marcha la empresa Granja Tres.

Una inmigración exitosa

Fue en 1889 cuando llegaron los primeros holandeses a Tres Arroyos, es decir más de cuarenta años antes del arribo a Balcarce de aquellas cuatro familias del frustrado proyecto. En la pujante ciudad del sur –gran centro triguero- la suerte fue distinta para los emigrantes de los Paises Bajos. Tanto fue así que hoy es considerada la más grande comunidad de ese origen en la Argentina. La colega Carmen María Ramos ha apuntado en La Nación que aquel ingreso hace 120 años fue seguido por otro en 1924 y un tercero más chico veintiseis años después. Fue la pobreza –como ocurrió con miles y miles de europeos- lo que trajo a los holandeses a nuestra tierra y llegaron para aportar pujanza y laboriosidad.

Escribió también la periodista que vinieron con una educación sustentada en la fe calvinista, con espíritu de trabajo y sentido cooperativo. Se destaca esa condición de los inmigrantes.

Más allá de esa apreciable presencia en Tres Arroyos, se estima que desde la tierra de los tulipanes -Holanda es el principal productor en el mundo-, vinieron a nuestro país entre 1856 y 1932 alrededor de 8.000 personas.

Un ingreso importante se produjo en los últimos años de la década del ´80. Eran agricultores y jornaleros contratados en Europa para fomentar  las cuencas ganaderas en nuestra provincia, dice Maximiliano E. Karstanje, en su trabajo sobre la inmigración holandesa publicado por la Universidad Católica Argentina.