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La experiencia del voluntariado en la casa de la Madre Teresa y un viaje sanador a Katmandú

Redacción Vanguardia

Patricia Mucci trabajó casi un mes como voluntaria en la casa de la Madre Teresa, junto a las misioneras de la caridad, y luego viajó a la capital de Nepal. “Un lugar inimaginable, con personas muy especiales donde se respira una sensación de paz permanente”, contó.

 

Por Patricia Mucci. Las manos  que me dieron, no siempre fueron manos conocidas. Y sin embargo muchas veces, me abrazaron como si así lo fueran. Entonces vas descubriendo que un verdadero encuentro nada tiene que ver con el tiempo, el lugar, la historia o la religión. Por el contrario, solo se necesita coincidir y para coincidir se necesita entrega. Es fundamental la apertura interior del alma y creer en la magia. Es que sí. Hay corazones que nos pueden amar en un instante.  Así llegué a Katmandú, capital de Nepal. Empezando por creer en mí y dar (se) ahí donde sentís que otros y otras vibran en tu misma energía. Venia de la India, de Calcuta, con todo lo que ello implica. De trabajar casi un mes como voluntaria en la casa de la Madre Teresa junto a las Misioneras de la caridad y cientos de voluntarios que llegan de todas partes del mundo.  En un descanso de 48 horas que teníamos con un grupo de compañeras decidimos volar para conocer Nepal.  Katmandú una pequeña y soñada aldea fundada en el año 900ac.,  escondida en el valle que forman las majestuosas montañas del Himalaya. Un lugar inimaginable, con personas muy especiales donde se respira una sensación de paz permanente. Allí es donde la magia del Medio Oriente se vive a cada paso, en cada calle. Pero también se vive dentro de uno, cuando pisas esa tierra de ensueño. Y vienen a tu mente viejas historias contadas por padres y abuelos de los tres magos que viajaban cada año a traernos los regalos como forma de rememorar aquel maravilloso primer viaje siguiendo la estrella de Belén en búsqueda del Niño. El Hijo de Dios.

El Oriente tiene poco que ver con lo que somos nosotros los occidentales. La salida del sol, sus colores, sus sabores y olores, su comida, su fe. La multiplicidad de religiones y etnias que apelan cada día a la tolerancia y la convivencia pacífica, en un sincretismo digno de conocer. Algo que, en mi opinión, hemos perdido hace mucho tiempo, más aún como argentinos. Sus templos, su vestimenta, toda su vida “tomada y entregada” a lo sagrado. El maravilloso río Ganges y el imponente Éverest. Qué más se puede pedir para ser feliz con el solo hecho de respirar aquí. Éramos unas diez mujeres aproximadamente, con algunos compañeros que decidimos viajar, todos voluntarios, la mayoría de ellas musulmanas. Habían llegado a India huyendo del conflicto Palestino-Israelí, otras simplemente, como si fuese simple, escapando de sus padres o esposos por los conocidos matrimonios arreglados o las mutilaciones de las que son víctimas en algunos países. La falta de Derechos y la no intervención de los organismos internacionales no hacen más que prolongar su sufrimiento. El género las determina y las condena, hasta casos de pena de muerte por infidelidad.  Habían llegado a India en búsqueda de Paz. Y en eso poco se diferenciaban de mí. Habían llegado a India a la Casa de la Madre Teresa de Calcuta a servir a los más pobres entre los pobres, pero también a refugiarse del dolor. En esto tampoco éramos tan distintas. Todas nos habíamos acostumbrado por separado a creer que estábamos hechas y determinadas por nuestro pasado. Y un poco es así. Pero también había algo dentro nuestro más poderoso que nos había llevado hasta allí. Tan distintas. Tan iguales.

 

Lo que podemos ser

Llegadas a Nepal un pincel cálido comenzó a dibujar en nosotras paisajes con caras de aventura, y lo incierto se puso como protagonista en nuestras vidas y de repente todo tuvo cara de una nueva oportunidad. A esta altura del partido, dijera mi abuelo, sabíamos que las heridas nos constituyen y que guardamos el registro de cicatrices que quizá nunca terminen de sanar. Pero estábamos dispuestas a disfrutar el momento, con algunas dificultades con el lenguaje, logramos entendernos y recorrer ese nuevo mundo exterior y también el interior. La ciudad conserva templos y palacios maravillosos budistas e hinduistas y fue nombrada Patrimonio de la Humanidad por la UNESCO.

Situada entre dos grandes del mundo, China e India, Katmandú es una ciudad que no puede dejar a nadie indiferente. Nos hospedamos en el famoso y turístico barrio de Thammel y desde allí visitamos los lugares y nuestras vidas. Todas, a nuestro modo, tuvimos algo que contar, un Dios a quien rezar y agradecer, alguien a quien extrañar. Creo que de noche cerrábamos los ojos sin pretender dormir, pensando en las historias escuchadas, así a media lengua, a medio inglés. No queríamos que el día tuviera horas no invertidas. Necesitamos salir de nosotras mismas y encontrarnos en el silencio de un cielo único que nos cobijaba a todas. Yo me preguntaba cada tanto por qué dolía tanto el mundo, y me daba cuenta que el principal dolor venia del miedo. Que lo único que teníamos que perder para transformar nuestras vidas era eso: el miedo. Cuando era chiquita mi mamá me enseñó a tener miedo a todo, en verdad por su propia historia, solo pudo transmitir eso como forma de cuidarme. Pero el paso de los años, el nacimiento de mis hijas, los viajes, las personas que llegaron a mi vida e incluso las que se fueron me mostraron algo más. Que no hay miedos que no puedan ser vencidos con amor, que el amor borra toda diferencia y desigualdad, que aunque a veces parece que no alcanza, que cometemos errores, que somos humanos inevitablemente, es el amor lo único verdadero. Miro la foto, cierro los ojos y las recuerdo. No sé si volveré a verlas alguna vez. Quizá no haga falta. Quizá esos días hayan alcanzado para que la revolución empiece dentro de cada una. Que es hora que las mujeres quememos muchas naves. Que caminemos por todos los mundos posibles, sin culpas, sin miedos, sin dar tantas explicaciones. Y hagamos al pasado una reverencia infinita, por haber sido maestro indiscutible del presente. Y al presente, valija en mano, también, porque no solo somos lo que fuimos. También somos lo que podemos ser. Bienvenido Presente. Cuesta, mucho. Pero Bienvenido al fin.

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