Para guardar el acceso directo en el escritorio de su celular, pulse y haga clic en AGREGAR A INICIO

Información Premium Registrate

¿Olvidaste tu contraseña?

Sábado, 20 de Abril de 2024 | 5678 Usuarios únicos

Sociedad

Una foto, una historia. Este hombre, aquel jugador
19-11-2018

Por Gustavo Levine.

Este cuento lo escribí el día que me retiré del fútbol. Balcarce vivía un día perfecto de invierno. No solo por ser domingo, sino también por como brillaba el sol. No había siquiera una leve brisa. Varias familias estaban por salir, aunque más no sea, a tomar unos mates en el cerrito. Hacía varias semanas que el tiempo venía a contramano. Sin embargo, una familia ya sabía de antemano qué iba a hacer ese domingo. La cita ineludible era ir al Estadio. Se jugaba la última fecha del torneo “Preparación”, y algunas cosas más, en particular, para una persona. En realidad, esa persona va todos los fines de semana al fútbol. La mayoría de las veces, a dirigir a sus equipos de chicos. Otras, para dar la entrada en calor a la primera del club, cumpliendo su rol de preparador físico. Pero esta vez, casi con seguridad, iba a ser él mismo el protagonista. Nadie se lo había asegurado. Ni siquiera el director técnico, que en definitiva es su compañero en eso de hacer funcionar al equipo. Pero el tipo se preparó para la ocasión. Había firmado para el club con la esperanza de poder jugar. Dos veces había ido al banco de suplentes, pero todavía no había debutado. Él sabe perfectamente que da ventajas. Su trabajo con los equipos infantiles no le permite tener la seguridad de estar todos los partidos de la primera. Sin embargo, no dejó de entrenar. Jamás se dejó estar en ese sentido. Algo le decía la vida cuando salía a correr por el solitario Parque Avellaneda, en su Floresta natal. O cuando desde que llegó a Balcarce corría trepando las cuestas del cerrito. Ése algo lo impulsaba a no abandonar. Ese algo lo llenaba de ganas, de entusiasmo. Ahora tiene 32 años, y no juega oficialmente desde los veintiuno. Once años entrenando con la ilusión de volver. Porque en realidad, el que jugó al fútbol de verdad, en clubes grandes, que se entrenó sin medir esfuerzos, siempre quiere volver. Es como si necesitara demostrarse que todavía puede. Y la pucha si puede.

Nadie, absolutamente nadie podía tener una medida de todo lo que significaba ese domingo para ese pibe, para ese hombre, para ese eterno jugador sobre quien descansaban muchas ilusiones, de su viejo, de su padrino, de su abuelo. De todos los que de una u otra forma contribuyeron en su momento, para que estuviera diez puntos cada vez que tenía que jugar en las inferiores.  Los días previos al partido se imaginaba que iba a jugar bien. La última práctica de fútbol, aunque jugó para los suplentes, lo hizo como nunca. La rompió, y hasta algunos lo felicitaron. La noche anterior al partido soñó que iba a hacer un gol. La mañana del domingo lo recibió respirando fútbol. Uno de sus equipos de infantiles, se enfrentaba contra Boca de Balcarce. No le importó ese detalle. Ahora sus colores ya no son el azul y amarillo, sino los de su “Amigos Unidos”: Blanco, negro, y rojo. Los “Tricolores”. O “Los Cuervos” también. Gritó tres goles. Y no gritó más, porque no existieron más. O quizás porque estaba seguro de seguir gritando. Terminó el partido, lo pasó a buscar el presidente del club por la cancha donde habían jugado sus chicos, y rápidamente enfilaron hacia el Estadio. Llegaron y otra vez le dieron el número catorce. En su rostro se notó algo de desilusión. Pero desde los diez años sabe que el partido dura noventa minutos. Se cambió y tuvo que aprender rápidamente a colocarse las canilleras. Ahora son obligatorias, hace once años estaban reservadas para los habilidosos. Se ató los botines por arriba de los tobillos pero los mantuvo así solo unos instantes. Tanto lo trataron de antiguo que optó por atárselos como el resto, por debajo de los tapones. Dio la entrada en calor como siempre antes de cada partido. Como estaba vestido de jugador, los ocasionales rivales, algunos muy conocidos suyos, le preguntaban si iba a jugar, y él tímidamente respondía que iba a hacerlo si el técnico lo ponía. ¡Qué ganas tenía de entrar!

 

La historia                                                                                                      Empieza el partido, y a los ocho minutos, su equipo comienza a perder. Mucho no importaba, era la última fecha y ya estaban fuera de toda discusión por el título. A los veinte, gol y empate. A los cuarenta y siete, final del primer tiempo. Antes de entrar al vestuario, el técnico le dice: -Profe, muévase que va a entrar. Ahí se detuvo el tiempo, empezó a dar vueltas el reloj para atrás. Se acordó de casi todo. De aquellas tardes en la auxiliar de Ferrocarril Oeste, cuando su abuelo se bajaba antes del colectivo con su valija a cuestas llena de papeles para verlo jugar un rato, antes de volver a casa. Se acordó de él. Y de su sueño. Empezó el segundo tiempo. Ingresa el número catorce por el cuatro. Levine por Villar. El dos se manda dos macanas, y Amigos Unidos está perdiendo por tres a uno. Justo lo que él necesitaba. Amigos Unidos ataca por la derecha. Salvatierra toca para Charmelo, la para, elude a Mendoza, y la pone en el hueco para Berardo, desborde y centro atrás… A los gritos, él venía por el centro del área. La pelota iba exactamente hacia ese lugar. No vió ni la pelota, ni el arquero, ni el arco ni nada. Una vez más, como alguna vez le dijera un buen técnico, se le nubló todo. Por eso no era delantero. El reloj dejó de ir hacia atrás. También de ir hacia delante. Se paró justamente en ese momento. De zurda, y con tiro corto, venció al arquero Casais…No vió entrar la pelota en el arco. La sintió. Tanto quiso gritar ese gol, que se le quebró la voz. Miró hacia la tribuna, y allí estaba, como un inequívoco registro del paso del tiempo, su hijita, tratando de entender algo de lo ocurrido. Terminó el partido, el equipo perdió pero él no entraba en su camiseta. Todos lo felicitaban. Brillaba más que nunca, como si Dios tuviera alguien ayudándole a darle más luz a esa tarde.

 

Síntesis

Volvió unos minutos atrás y recordó su gol. – Lo hice con el corazón, se dijo. Como un fantasma, el técnico que lo había hecho jugar, pasó manejando una camioneta, y él los saludó con alegría y agradecimiento. Inmediatamente se negó a compararlo con el técnico que lo colgó en Boca. Volvió a recordar una y otra vez el gol, el festejo, ese –¡¡¡gol carajo!!!, qué gritó con el alma. Miró una vez más al sol, y decidió que ese había sido su último partido. Aunque quién sabe, Maradona ya va por su quinto regreso…

Más Noticias
ver historial de noticias
Publicidad
Publicidad

Contactanos

Crear Cuenta

Tengo Cuenta

Ingresar a Cuenta

Recuperar Clave

Generar Clave Nueva

Ingrese y confirme nueva clave