Sociedad
René Orlando Houseman: un firulete salido de un cuento mágico
*Por Gustavo Levine, especial para La Vanguardia.
En el año 1974 yo coleccionaba las figuritas del Mundial de Alemania. El álbum se llamaba “Múnich ´74”, y estaban los rostros de todos los futbolistas de cada selección que participaría de ese mundial. La más difícil era la de Mukombo, jugador de Zaire. Fue la única que me faltó para completar el álbum. Las de Argentina, las tenía todas. Y allí estaba la de Houseman. Tenía apenas 9 años, y ya sabía que estaba ante la presencia de alguien diferente. Era muy común, y casi una obligación tácita durante muchas décadas, que los futboleros supiéramos de memoria, el nombre completo de cada jugador. Aldo Pedro Poy, Miguel Ángel Brindisi, Francisco Pedro Manuel Sá, por citar algunos, integraban aquella selección. No sé exactamente porque razón, el nombre de René Orlando Houseman siempre tuvo, para mí, un sonido distinto. Más agradable, más simpático. Definitivamente, único. Siempre supe de él, lo que la mayoría de los argentinos a quienes nos apasiona el fútbol supimos. Lo vi jugar muchísimas veces, admiré sus endiabladas gambetas, estuve al tanto de su particular modo de llevar la vida, y me enojé con cuanta persona lo juzgaba por ello, ofendiendo su libertad de ser como eligió. Hace casi un año, cuando comencé a trabajar en el Fútbol Femenino de AFA, supe que René estaba vinculado al plantel de Excursionistas Femenino, acompañando el desarrollo de la actividad, asesorando, motivando. Transmitiéndole a las jugadoras sus experiencias, y fundamentalmente, ejerciendo su libertad de elección: Estaba allí porque él quería. No era un rol que el club le asignó. Leyendo acerca de él, encontré un reportaje en la revista El Gráfico, en la que relata que durante el tiempo que jugó en Sudáfrica admiró como jugaban al fútbol las mujeres de ese país. Y allí tuvo más lógica, para mí, su pertenencia al grupo de Fútbol Femenino del club del Bajo Belgrano, en la ciudad de Buenos Aires: Houseman admiraba a sus jugadoras. En este último año de mi vida, y seguramente porque nada es casual, fui acercándome de a poco a René. Comencé, en forma global, formando parte del Fútbol Femenino, como él. El equipo en el que yo trabajaba, la UBA, estaba en Primera A. Excursionistas, con René en su cuerpo técnico, en Primera B. Luego Excursionistas ascendió, y ya estuve más cerca. La tarde en la que nuestros equipos se enfrentaron por primera vez, lo busqué en todo momento desde que llegué al estadio. Quería saludarlo, agradecerle, intercambiar unas palabras con él. Sacarme una foto también. Recién pude ubicarlo en el entretiempo, mientras los equipos caminaban hacia el descanso. Demoré mí llegada al vestuario más de lo debido. Fue inevitable la emoción al estrechar su mano, al sentir su amabilidad. Alcancé a decirle que yo había trabajado varios años con otro campeón del mundo y compañero suyo, el Negro Oscar Alberto Ortiz. René me habló maravillas de él en esos minutos. Me saqué la foto. Y ya no pude concentrarme en lo que faltaba del partido… Habían pasado 43 años, desde el día que tuve en mis manos la figurita de Houseman, hasta el día que esas mismas manos se estrecharon con las suyas…
Más cerca. El destino se encaprichó en ponerme más cerca de él. A fin de año, comencé a trabajar en Excursionistas Femenino. Y aquí pude conocer al René Orlando Houseman hombre. Al de cada día. Al que todos admiran por su forma magnífica de haber jugado al fútbol. Al que valía la pena conocer… René ejerció su libertad en el tiempo. Así de simple. Así de difícil. Venía a cada práctica y a cada partido con absoluta humildad. Pasaba desapercibido para el mundo externo. No tenía para nada ese aire de falsa grandeza con la que algunos caminan pretendiendo exhibir los títulos obtenidos. René simplemente llegaba caminando. Elegía estar con ese grupo de mujeres futbolistas. De repente, y en apenas un año, yo estaba dando una charla a las jugadoras, y tenía a mi lado a un campeón del mundo. A un ídolo del fútbol argentino. Estaba al lado mío, un enorme eslabón de la historia del fútbol que siempre me apasionó. Lo miraba de reojo, para ver su reacción. Siempre estaba atento a cada palabra. Comprometido con los objetivos del equipo. Feliz de ser parte de ese grupo. Así vivió Houseman esta etapa de su vida.
La humildad de un grande. Tan humilde era René, tan sencillo, que a pesar de tener su celular y estar en plena comunicación con quienes formamos parte de Excursionistas, a sus compañeros de selección les resultaba difícil encontrarlo. Y debido a ello, tuve una enorme satisfacción futbolera. Una tarde, y luego de haber publicado en mi muro de Facebook una foto mía con René, recibí con gratísima sorpresa un mensaje de un tal Jorge Mario, a quien por aquella hermosa costumbre de llamar a los jugadores por su nombre completo, inmediatamente reconocí como Jorge Mario Olguín. Efectivamente era Olguín, que me pedía contactarlo con René. No dudé ni un segundo en acceder. Le escribí a René, y en cinco minutos, los dos campeones del Mundial ´78 estaban otra vez hablando. Como festejando ese contacto renovado, aproveché que el Loco estaba en una práctica del equipo, y nos sacamos una foto para enviársela a Olguín. En esa foto, René me puso la mano en el hombro. Yo sentí su aprobación. Casi una bendición del maestro para seguir por el camino del fútbol, en este caso, femenino.
En el año 1974 yo coleccionaba las figuritas del Mundial de Alemania. El álbum se llamaba “Múnich ´74”, y estaban los rostros de todos los futbolistas de cada selección que participaría de ese mundial. La más difícil era la de Mukombo, jugador de Zaire. Fue la única que me faltó para completar el álbum. Las de Argentina, las tenía todas. Y allí estaba la de Houseman. Tenía apenas 9 años, y ya sabía que estaba ante la presencia de alguien diferente. Era muy común, y casi una obligación tácita durante muchas décadas, que los futboleros supiéramos de memoria, el nombre completo de cada jugador. Aldo Pedro Poy, Miguel Ángel Brindisi, Francisco Pedro Manuel Sá, por citar algunos, integraban aquella selección. No sé exactamente porque razón, el nombre de René Orlando Houseman siempre tuvo, para mí, un sonido distinto. Más agradable, más simpático. Definitivamente, único. Siempre supe de él, lo que la mayoría de los argentinos a quienes nos apasiona el fútbol supimos. Lo vi jugar muchísimas veces, admiré sus endiabladas gambetas, estuve al tanto de su particular modo de llevar la vida, y me enojé con cuanta persona lo juzgaba por ello, ofendiendo su libertad de ser como eligió. Hace casi un año, cuando comencé a trabajar en el Fútbol Femenino de AFA, supe que René estaba vinculado al plantel de Excursionistas Femenino, acompañando el desarrollo de la actividad, asesorando, motivando. Transmitiéndole a las jugadoras sus experiencias, y fundamentalmente, ejerciendo su libertad de elección: Estaba allí porque él quería. No era un rol que el club le asignó. Leyendo acerca de él, encontré un reportaje en la revista El Gráfico, en la que relata que durante el tiempo que jugó en Sudáfrica admiró como jugaban al fútbol las mujeres de ese país. Y allí tuvo más lógica, para mí, su pertenencia al grupo de Fútbol Femenino del club del Bajo Belgrano, en la ciudad de Buenos Aires: Houseman admiraba a sus jugadoras. En este último año de mi vida, y seguramente porque nada es casual, fui acercándome de a poco a René. Comencé, en forma global, formando parte del Fútbol Femenino, como él. El equipo en el que yo trabajaba, la UBA, estaba en Primera A. Excursionistas, con René en su cuerpo técnico, en Primera B. Luego Excursionistas ascendió, y ya estuve más cerca. La tarde en la que nuestros equipos se enfrentaron por primera vez, lo busqué en todo momento desde que llegué al estadio. Quería saludarlo, agradecerle, intercambiar unas palabras con él. Sacarme una foto también. Recién pude ubicarlo en el entretiempo, mientras los equipos caminaban hacia el descanso. Demoré mí llegada al vestuario más de lo debido. Fue inevitable la emoción al estrechar su mano, al sentir su amabilidad. Alcancé a decirle que yo había trabajado varios años con otro campeón del mundo y compañero suyo, el Negro Oscar Alberto Ortiz. René me habló maravillas de él en esos minutos. Me saqué la foto. Y ya no pude concentrarme en lo que faltaba del partido… Habían pasado 43 años, desde el día que tuve en mis manos la figurita de Houseman, hasta el día que esas mismas manos se estrecharon con las suyas…
Más cerca. El destino se encaprichó en ponerme más cerca de él. A fin de año, comencé a trabajar en Excursionistas Femenino. Y aquí pude conocer al René Orlando Houseman hombre. Al de cada día. Al que todos admiran por su forma magnífica de haber jugado al fútbol. Al que valía la pena conocer… René ejerció su libertad en el tiempo. Así de simple. Así de difícil. Venía a cada práctica y a cada partido con absoluta humildad. Pasaba desapercibido para el mundo externo. No tenía para nada ese aire de falsa grandeza con la que algunos caminan pretendiendo exhibir los títulos obtenidos. René simplemente llegaba caminando. Elegía estar con ese grupo de mujeres futbolistas. De repente, y en apenas un año, yo estaba dando una charla a las jugadoras, y tenía a mi lado a un campeón del mundo. A un ídolo del fútbol argentino. Estaba al lado mío, un enorme eslabón de la historia del fútbol que siempre me apasionó. Lo miraba de reojo, para ver su reacción. Siempre estaba atento a cada palabra. Comprometido con los objetivos del equipo. Feliz de ser parte de ese grupo. Así vivió Houseman esta etapa de su vida.
La humildad de un grande. Tan humilde era René, tan sencillo, que a pesar de tener su celular y estar en plena comunicación con quienes formamos parte de Excursionistas, a sus compañeros de selección les resultaba difícil encontrarlo. Y debido a ello, tuve una enorme satisfacción futbolera. Una tarde, y luego de haber publicado en mi muro de Facebook una foto mía con René, recibí con gratísima sorpresa un mensaje de un tal Jorge Mario, a quien por aquella hermosa costumbre de llamar a los jugadores por su nombre completo, inmediatamente reconocí como Jorge Mario Olguín. Efectivamente era Olguín, que me pedía contactarlo con René. No dudé ni un segundo en acceder. Le escribí a René, y en cinco minutos, los dos campeones del Mundial ´78 estaban otra vez hablando. Como festejando ese contacto renovado, aproveché que el Loco estaba en una práctica del equipo, y nos sacamos una foto para enviársela a Olguín. En esa foto, René me puso la mano en el hombro. Yo sentí su aprobación. Casi una bendición del maestro para seguir por el camino del fútbol, en este caso, femenino.
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