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Sociedad

Infierno de una mujer golpeada: la encerró con candado y la torturó
21-12-2014 La mujer tiene 30 años y denunció a su ex pareja una docena de veces. La situación que vivió fue límite y estuvo en riesgo su vida. Un testimonio valiente y revelador. Síntesis de un flagelo social sin control. Foto: La Vanguardia.

Su relato no parece real. No porque no haya vivido el infierno que le tocó atravesar durante un año y medio, sino por la gravedad de los ataques de los que fue víctima por parte de su ex pareja. Estremece, conmueve, y paraliza. Cada una de sus palabras permite reconstruir lo que claramente puede divisarse como una verdadera pesadilla. Mariela Boubbe Bellos tiene 30 años y es la protagonista de una historia dramática vinculada a un caso extremo de violencia de género. Lo que le sucedió es una terrible y contundente evidencia de que el flagelo de la violencia familiar -que tiene numerosas expresiones cotidianas- alcanza cada vez con más frecuencia desenlaces que, en algún caso, son fatales. Lejos de amedrentar a luchadores incansables contra este verdadero tumor social, las víctimas suelen ser quienes le ponen el cuerpo a situaciones que son tan profundas como dolorosas. Mariela fue torturada, golpeada, ultrajada y humillada por su ex pareja. Con valentía y una decisión que va más allá de todo, se animó a hacer público su caso porque teme por su vida y porque dice “quiero terminar con esta pesadilla porque ya no puedo vivir de esta manera”. El de Mariela –que tiene dos hijos de su primer matrimonio- es un mensaje para la sociedad en su conjunto, que debe respaldar a jueces, tribunales especiales y asociaciones civiles, facilitando su tarea, la que a veces tropieza con escollos insalvables, como una respuesta tardía a una pedido urgente que sumerge a las víctimas en la desesperanza. “Hace un año y medio estuve en pareja con esta persona la cual me propinaba tremendas palizas, no eran golpes nada más, llegó a utilizar palos, cadenas, lo que tenía a mano”, afirmó. “La situación fue empeorando día a día, venía cada vez más borracho y yo sólo me preocupaba por  esconder los palos de escoba, las botellas de cerveza, los cuchillos, todo lo que él pudiera usar para hacerme daño”, contó Mariela. Ella –como todas las víctimas de violencia de género- pensó que su pareja había cambiado y que todas las promesas que le había hecho se iban a cumplir. La estadística también aquí da su fundamento. No hay ningún golpeador que se recupere de la noche a la mañana y sin la ayuda de profesionales. “Yo le creí y por eso volví con él, pero me equivoqué otra vez. Todo empezó cuando nos fuimos a vivir juntos el 8 de octubre de 2013. Al mes de convivencia me pegó por primera vez y recuerdo que fue por algo insignificante. Me dijo que le levanté la voz y que él no iba a permitir que yo le gritara. Y a partir de ahí fue un infierno. Él asumía su condición de golpeador –dice Mariela- pero nunca quiso pedir ayuda. Era posesivo y cuando yo no estaba él se desesperaba. Una vez me encontró saliendo de la casa de su madre, me agarró de los pelos, me rompió toda la ropa, me arrastró 200 metros por la calle y me golpeó tanto que me desmayó. Pude parar un remis, llegué a lo de mi mamá y a los pocos minutos apareció otra vez. Me tiró en el cuerpo la bicicleta en la que andaba, le pegó a mi hermana embarazada y esa fue la primera vez que me decidí a denunciarlo. Fue también la primera vez que mi familia me vio marcada ya que hasta ahí yo lo negaba y ellos no sabían nada”, confesó Mariela en medio de un relato estremecedor.

La nota completa en la edición impresa.

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