Aquel chico tímido e introvertido, de flequillo rebelde, y de un talento inconmensurable era uno más del grupo. Flaquito y retacón, su figura apenas asomaba entre el piberío “leproso”. Con la camiseta que en esa época le llegaba casi a las rodillas, sus pies acariciaban la pelota a la que siempre sintió como su mejor amiga. Viajó a Balcarce desde Rosario –su ciudad natal- para jugar un torneo defendiendo los colores de Newell’s Old Boys. Estuvo en Balcarce dos semanas y en este tiempo cultivó nuevas amistades y mostró parte de un fútbol exquisito que luego lo transformaría en crack mundial. El pibe, el genio de carne y hueso, un tal Lionel Messi pisó estas tierras cuando por su mente sólo había un deseo: divertirse jugando al fútbol. La Vanguardia, en un trabajo periodístico sin antecedentes, reconstruyó los días de la “Pulga” en Balcarce durante 1998.  Las familias que lo alojaron, los jugadores que lo enfrentaron, el pibe que le entregó el trofeo de campeón de aquel certamen, y el recuerdo imborrable de un Messi histórico que hoy bate todos los récords. Un héroe que naturalizó lo imposible, y que hace del fútbol una función de gala que ofrece generosamente cada vez que pisa una cancha.  El crack que de niño sufrió déficit de la hormona de crecimiento sigue dando pasos de gigante. Quien aprendió que los goles, y el éxito son fruto también de la paciencia y la constancia. Aquel Messi que estuvo en Balcarce, que se lastimaba los músculos y ponía en duda un futuro dorado, pasó a ser con el tiempo un jugador de esos que ocupan un lugar siempre de privilegio y llegó a lo más alto que se puede llegar. Es el mejor jugador del mundo, no para de hacer historia, y su traje de héroe lo acompaña siempre listo para la próxima proeza futbolística.

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